Desde ese primer momento en el que germinó nuestra Parroquia, su feligresía aspiró poder tener un paso de Semana Santa y, así, en diciembre de 1956 surgió nuestra Hermandad, y se encargó tallar la imagen de Cristo muerto en la Cruz, imagen que sería bendecida el 14 de abril de 1957, un Domingo de Ramos, ‘bautizada’ como el Santísimo Cristo de la Buena Muerte.
En ese mismo año, el 27 de octubre, se inició la construcción del Templo Parroquial de Cristo Rey con la colocación de su primera piedra. Pero no sería hasta 1961 cuando se terminó, trasladándose la imagen de nuestro Cristo al nuevo Templo para presidirlo desde el Altar Mayor. Y ese era su lógico destino pues, como ya había explicado D. Antonio Garzarán desde los inicios, ‘Cristo fue Rey desde la Cruz’, quedando asociados Trono y Cruz.
A una primigenia estructura de la iglesia le siguió una importante reforma que elevó la altura a la que se encontraba nuestro Cristo, colocándolo en un plano que permitía que lo primero que se apreciaba al entrar en la Parroquia fuese su imagen. Otra obra le siguió, que acondicionó el Templo frente a las inclemencias del tiempo y el desgaste que algunas aves que entraban desde el patio provocaban.
Así, durante casi medio siglo, todo el que entraba en la Parroquia de Cristo Rey contemplaba de frente la imagen de nuestro Santísimo Cristo de la Buena Muerte: Cristo muerto en la Cruz, el Hijo de Dios que murió por la redención de los pecados de toda la Humanidad, nuestro Rey sentado (o, mejor dicho, colgado) en su ‘trono’ de madera.
Pero en el año 2004, al volver del verano nos encontramos con la sorpresa de que, coincidiendo con el 50 aniversario de la Parroquia, se procedería a una nueva reforma sin la previsión de que una vez finalizadas las obras del Altar el Cristo volviese a su sitio, pues una nueva imagen sustituiría su lugar. Así se le reubicó en la Capilla del Santísimo y, a finales de octubre, el Cristo de la Buena Muerte fue trasladado a la misma, después de 44 años en el Altar Mayor de la Parroquia de Cristo Rey.
Hoy, unas tupidas cortinas de terciopelo rojo sangre cubren el Altar Mayor durante la víspera de Miércoles de Ceniza y el Cristo es trasladado, permaneciendo hasta la Solemne Bajada del Martes Santo en el Altar Mayor, su sitio, del que nunca tendría que haber sido desplazado: el lugar de un Rey.